Por Ricardo López
Si hasta el siglo XVIII los mayores eran respetados, hoy se los considera improductivos y obsoletos. La crueldad de una sociedad consumista.
La acepción que se da al término “viejo” en la sociedad actual es una construcción cultural. Sus sinónimos más temidos son antiguo, arcaico, caduco, obsoleto, vencido.
Casi todos ellos despectivos en nuestro lenguaje diario. Y se habla básicamente de una persona improductiva, y marginada de la vida laboral y social.
Se considera a una persona mayor por encima de los 60 o 65 años, cuando la expectativa de vida hoy llega cerca de los 80 años. Y se estima que será de 90 años dentro de 20 años.
Esta población supera hoy el 13% de los seres humanos. Cuando se examinan algunos hechos, se está lejos de lo improductivo o lo caduco. Por ejemplo, las estadísticas mundiales de turismo dicen que el 14% de los que viajan son mayores de 60 años.
Entonces esta población viaja y consume. El promedio de los últimos premios Nobel es de 71 años y el promedio de los premios Nobel de Literatura de las últimas décadas es de 65 años.
Entonces, los grandes pueden ser sabios. Los presidentes de los países más grandes del mundo (incluidos China, Rusia, EE.UU. y Brasil) superan los 65 años. Entonces, pueden gobernar un país.
Hasta el siglo XVIII, las personas mayores eran respetadas, consultadas y cuidadas. Lentamente, después, la sociedad de consumo idolatró lo “nuevo”, lo actual, lo joven y comenzó el abandono de las personas mayores, a las cuales les debemos nuestras vidas y las mejoras que construyeron para que habitemos un mundo mejor.
A diferencia de otras épocas, donde la mayor parte del trabajo era físico, la vida actual, particularmente la laboral, en las grandes ciudades es más de carácter intelectual. En consecuencia, las personas mayores llegan con mejor estado físico e intelectual.
Vivir intensamente
Pensar que una persona mayor de 65 años deja de ser productiva, deja de tener vi- da social, sexual y afectiva es una visión impuesta en nuestra sociedad, que no se condice con la realidad. La jubilación es el retiro de la actividad laboral formal o autónoma, pero no de la vida. Y da la chan- ce de vivirla más intensamente.
En nuestro país, pese a que Argentina adhiere a la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, que obliga al cuidado y protección de las personas mayores, es muy poco lo que se hace al respecto.
Está el proyecto de una ley de cuidados de personas mayores. Y en el sector cooperativo, han comenzado algunas experiencias positivas al respecto. En Italia las cooperativas sociales se hacen cargo, con ayuda del Estado, de personas mayo- res y de la discapacidad.
Es la sociedad la que «envejece» a los mayores. Y aparece el viejismo, que no es lo mismo que ser mayor. Es el renunciamiento personal o social a la vida afectiva, de nuevos proyectos, de adquirir nuevos conocimientos. Y esto lleva a la depresión y aumenta los trastornos cognitivos.
Si cambiamos la concepción impuesta por esta sociedad consumista, injusta, desigual, quizá llegar a ser mayor sea diferente, como dice la canción de Serrat: “Quizá llegar a viejo /sería todo un progreso, un buen remate /un final con beso /en lugar de arrinconarlos en la historia /convertidos en fantasmas con memoria”.
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Presidente de FAESS