Por Javier Garbarini
En los últimos cuarenta años (1980/2020), se ha podido observar distintas maneras de concebir el significado de una cooperativa de trabajo.
No escapo a la impronta de las administraciones de turno que, en general, las utilizaron más por conveniencia que por convicción.
Sin embargo, con altas y bajas significativas a lo largo de este lapso, siguen dando respuesta a problemas de ocupación laboral. No tanto como creadoras de empleo, sino como sostenedores o contenedoras, de no expulsar más gente del mercado laboral. Y esto, no es poca cosa.
Es difícil determinar si han evolucionado o involucionado. Desde el punto de vista de la identidad, creo ver un retroceso. La cantidad masiva de cooperativas de trabajo creadas no condice con la calidad de las mismas.
Necesidades extremas hace que se pierda el eje de la convicción de pertenecer y derive en una alternativa que nos permita subsistir mientras dure.
En estos 40 años, hubo – en mi opinión subjetiva – distintos momentos.
Los años ‘80, los albores de la democracia, marcaron una explosión de las cooperativas de trabajo. Se podía observar un predominio de las cooperativas de trabajo de índole productiva, con metalúrgicas, textiles, gráficas como referentes. La difícil situación económica-social de aquella época, provocó que una gran parte de las entidades constituidas no pudieran consolidar sus proyectos y quedaron endeudadas o directamente se extinguieron.
Los años 90 – en general - significaron un notorio avance de las cooperativas de trabajo dedicadas a prestar servicios. Fueron épocas donde aparecieron cooperativas de trabajo con una gran cantidad de “asociados”, tiempos donde comenzó a gestarse una cierta desconfianza hacia la forma jurídica. Decretos y resoluciones intentaron limitar su accionar por entender que no se trataban de organizaciones genuinas. Se debió cargar con motes, se endilgaba que eran dicho vulgarmente “truchas” y pagaban justos por pecadores.
Hacia el final de la década del ’90, mientras se empezaba a agudizar la crisis económica-social, hicieron su irrupción las denominadas cooperativas de trabajo que recuperan empresas. Para nada se presentaba como un nuevo fenómeno, pues ya desde décadas anteriores se recurrió a este mecanismo para defender las fuentes de trabajo. Lo llamativo fue la masividad del fenómeno, estimándose en 180 empresas recuperadas (alrededor del año2000) - a la fecha de análisis de hoy - con suerte dispar. Algunas han conseguido la expropiación, otras padecen todavía de precariedad jurídica, pocas han logrado consolidarse y restantes quedaron en el camino por cuestiones de recursos económicos, humanos y hasta agotamiento.
Es un fenómeno que se reitera, a mayor crisis mayor es la posibilidad que surjan, con la ventaja que ahora se encuentran más integradas y con conocimientos mayores a las recuperadas primitivamente.
Otro cambio significativo se produjo a partir del año 2003. La crisis laboral reinante, provocó que se pensara en las cooperativas de trabajo para paliar el flagelo de la desocupación. A través de la implementación de planes sociales, proliferaron entre 3000 y 4000 cooperativas de trabajo, conocidas en el ambiente como las instauradas a partir de la Resolución INAES 2038 y 3026, dedicadas –mayormente- a la construcción, reparación y mantenimiento de espacios públicos. Puede decirse que – en su momento – lograron ocupar a personas sin rumbo, que algunos aprendieron un oficio, que otros empezaron a transitar con agrado el camino del cooperativismo y algunos aprovechadores sacaron ventajas de trabajar con el Estado usufructuando la figura de cooperativa de trabajo.
Redoblando la apuesta, en el 2009, se instrumenta el Plan Trabajar, con la idea de crear 100.000 puestos de trabajo, con características impropias de una tradicional cooperativa de trabajo (carencia de manejo de recursos, salarios fijos, excesiva dependencia de los municipios, etc.). Simultáneamente, se inicia un proceso de capacitación e integración para, en el futuro, lograr que consigan su autogestión. Ya con más de 10 años de análisis, poco se puede rescatar, se sigue dependiendo del Estado y es escaso el aporte que realizan en el sector privado.
Allá por el 2015, si alguno pensaba que los cambios políticos auguraban otra mirada hacia el sector de las cooperativas de trabajo, estuvieron equivocados. Nada cambio, cierta pasividad y pocos cambios significativos.
Claro que en el medio no todo es gris, algunas actividades se adaptaron a la figura de cooperativa de trabajo, sobresaliendo medios de comunicación, cuidadores domiciliarios, agrupaciones de jóvenes informáticos, recicladores, nuevas textiles, etc.
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No podemos analizar estos dos últimos años pues estuvieron atravesados por la pandemia y si se pensaba en una política hacia el sector, se ha visto retrasado por haber otras lógicas prioridades. Sin embargo, con un sesgo inclusivo, han surgido cooperativas de trabajo de personas en situación de encierro, otras con características ligadas a perspectivas de género y muchas con adaptación a las circunstancias que padecemos, confección de barbijos y relacionadas con cuestiones sanitarias.
No podemos alegrarnos por estimar que se matricularan 800 entidades más, pues supone personas con pérdida de empleo que encuentran en las cooperativas de trabajo una salida. Con el hecho consumado, apoyemos para que se consoliden. Quedará para los nostálgicos, recordar cooperativas de trabajo autogestionadas y sin demasiada dependencia estatal.
Fuente: Lazos Cooperativos.