Por Roberto Fermín Bertossi
La encrucijada vital del coronavirus, como “pausa o pesadilla” de la normalidad que le precediera, alumbró iniciativas solidarias concretas de asistencia y apoyo a un número cada vez mayor de personas y familias las que, precisamente como consecuencia del Covid-19, se encuentran padeciendo alguna dificultad, angustia o carencia objetiva, o vieron agudizarse las mismas.
Entre nosotros, arbitrariamente, pareciera que hay pobres legitimados e ilegítimos o, si como interpreta una opinión colectiva no pobre, los hay por elección, “sensación”, estadística o indolencia, entendiendo irrefutablemente a esta última como negligencia, falta de aspiraciones, actividad o aplicación en el cumplimiento de sus obligaciones. Dicha inclemente opinión colectiva asegurará que son pobres porque quieren ignorando incluso, sabias letras de Joaquín Sabina en su “Noche de Bodas”: ¡Que gane el quiero la guerra del puedo…!
Comúnmente quienes nunca fueron atrapados por la pobreza, consideran a cada pobre e indigente como un ser voluntariamente apático, perezoso, abandonado e insensible... “y todo eso por libre elección, con pleno discernimiento”.
Desde esta distopía semejante, se ignora supinamente que la fragilidad y vulnerabilidad propia de los pobres, explican también su incremento, captación y perverso alineamiento político en categoría de “pobrismo”. Presas fáciles e indefensas de cínicas prácticas políticas, vg., especulativos analfabetismos, planes de empleo sin trabajo, de servicios y subsidios nunca reembolsables, etc., “fundamentan” lo anodino en mucho argentino pobre; tan ajeno de ciudadanía, tan extraño de república, tan indigente de dignidad, tan huérfano de justicia y libertad... ¡tan pobre que, apenas, si un número, no más!
A propósito, cómo no adherir entonces a Ernesto Sábato, cuando afirmó: “Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados. No debemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Esta es la gran obscenidad! ¿Cómo vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o por criminal y villana?”.
El alumbramiento de iniciativas cooperativas concretas se puede traducir, fraternalmente, en “dar una mano”, una ayuda, un auxilio a alguien con esa empatía que implica la participación afectiva y el compromiso solidario de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente aquellas de necesidades físicas insatisfechas.
Así, cada mano tendida es un signo de atención fraterna y de proximidad humana, de desprendimiento, de solidaridad y compasión a partir de altruistas sentimientos e interpelaciones que produce el ver padecer a un semejante, impulsándonos a aliviar y remediar su dolor o sufrimiento.
En estos largos meses en los que el mundo entero está estupefacto y abrumado por un virus que ha traído tanto dolor y muerte, desaliento y desconcierto; también ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver, admirar e imitar!
Si, las manos tendidas y abnegadas de los médicos y enfermeros, de los que trabajan en la administración pública, de boticarios, profesionales, transportistas, periodistas y movileros, de religiosos, etcéteras.
Esas manos tendidas del voluntario que cual Teresa de Calcuta socorren a los habitantes de la calle o, a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida, etc. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, como de tantas otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer un magnánimo repertorio de acciones, gestos, detalles y obras de fraternidad.
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Todas estas manos cooperativas han desafiado el contagio y el miedo para “darse” y/o dar una ayuda, un apoyo, un consuelo o una remediación, revelándonos así a tantos y cuantos benefactores que mantienen vivo el sentido de atención, solicitud y fraternidad hacia las personas más pobres, marginadas y desfavorecidas.
Finalmente, dichas manos cooperativas siempre se enriquecen con el “agalma” de la sonrisa de quién no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir con solicitud y fraternidad.