Elegir la solidaridad mundial no sólo será una victoria contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras crisis y epidemias que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI.
Por Roberto Fermín Bertossi
Después de semejante pandemia mundial, nada será lo mismo. La revalorización de la vida y el temor a la muerte, súbitamente, recobraron toda su real dimensión, connotaciones e intensidad pues, siendo mortales, vivíamos como inmortales. También, claro, el valor de la salud, de la familia, de los amigos, del vecino, de la empatía, del servicio y arrojo de tantos magnánimos servidores voluntarios en nuestra sociedad civil; cuanto de humanizar fundamental y solidariamente, la ecología, la economía y la tecnología, con clara corresponsabilidad global cooperativa.
Como aviesamente sucediera antaño, esta vez que nadie se equivoque pretendiendo, mezquinamente, apropiarse del protagonismo ante tal hito histórico (que cotidianamente admiramos y aplaudimos) traducido en tan desigual y abnegado enfrentamiento del voluntariado ante esta crisis virósica o COVID-19´, dado que el real artífice es nuestra “sociedad civil” con su disciplinado y empático aislamiento general, en cada uno de sus médicos, enfermeros, paramédicos, científicos, en cada personal de seguridad; en cada docente, padre y estudiante virtual sosteniendo el proceso educativo, en cada cuidador de personas desvalidas, en cada periodista expuesto en la calle, en cada repositor de remedios y mercaderías; en los recolectores de basura como en los repartidores domiciliarios de comidas preparadas o rápidas; entre lo más destacable, necesario y autorizado.
Fue ´puro cambalache político-económico globalizado´ pretender igualar lo real con lo virtual, el heroísmo con la miserabilidad, la solidaridad con el egoísmo, el sentido del deber con la indolencia; la sobriedad natural con el paroxismo del consumismo, el saber con la supina ignorancia en los exabruptos de Donald Trump o Jair Bolsonaro sobre este COVID-19´.
Cuando la segunda guerra mundial, los países instrumentaron la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como modo y como medio de articular y satisfacer necesidades, centralmente para conservar la paz y desterrar la guerra, descartando entonces previsiones ambientales y epidemiológicas por, presuntamente, innecesarias. El tiempo nos fue “haciendo sentir” dentro de Naciones Unidas, no solamente el rigor del abuso de poder traducido en el derecho de veto impuesto por los cinco países más poderosos (precisamente en uno de ellos, (China) germinó y brotó esta tremenda pandemia global); sino su ineficacia e ineficiencia práctica, universal e igualitaria; al menos considerando su espíritu y letra fundacional.
Ello nos sugiere un nuevo tiempo, un nuevo orden ecológico, social, sanitario, económico y financiero (menos líquido, más humano), político y cultural; un nuevo contrato social entre todos los pueblos del mundo a partir de la persona, de la familia, de lo cooperativo, madurando la “unión productor/consumidor”, “prestador/usuario”, etc.; siempre desde el respeto mutuo, simétrico. Dejando definitivamente atrás esa visión idílica e ingenua de la ONU (conformada también por países que no respetan derechos humanos); un nuevo orden mundial requiere creatividad e inventiva para asumir sin demora, este inédito desafío mundial con activo compromiso cooperativo sobre información y conocimiento, con conciencia educativa solidaria, con ciencia y previsión, con legitimidad actual, experticia y anticipación gubernamental, asignando un rol vital al “cuidado de la casa común”; democratizando ciencia y tecnología para que cooperen sin prevalecer sobre el bien común ni el bienestar general.
Como acaba de sostener el Papa Francisco, no se debe convivir con quienes desde la cultura del descarte, en esta época de pandemia, hacen vil comercio con los necesitados, sí, esos que “Se aprovechan de las necesidades de los demás y los venden: los mafiosos, los usureros y muchos otros”.
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Hasta el polémico Henry Kissinger acaba de manifestarse este viernes, sosteniendo que los líderes mundiales están lidiando con la crisis desde una perspectiva principalmente nacional, pero los efectos corrosivos que el virus tiene en las sociedades no conocen fronteras. Si bien el ataque a la salud humana será —esperemos— temporal, la agitación política y económica que ha desencadenado podría durar generaciones. “Ningún país, ni siquiera los Estados Unidos, puede, en un esfuerzo puramente nacional, superar el virus. La atención a las necesidades del momento debe ir unida en última instancia a una visión y un programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, nos enfrentaremos a lo peor de cada una”. Claramente el valor cooperación y solidaridad como levadura de comunidad, se validará como decisivo no solamente a nivel nacional sino regional e internacional.
Casi nadie admitía y a pocos ´les caía la ficha´ de que un pequeñito virus pudiera diezmar la población, sin acepción de personas. Y si esto parece duro, también lo serán las consecuencias del paso del coronavirus, el que ya desnudó puras mezquindades e insolidaridades, por caso, cuando recientemente durante este luctuoso estrago vírico, Francia y Alemania le dieron la espalda a una Italia, después Holanda y Dinamarca a España, desdibujando aún más a una diluida ¿unión europea?
Finalmente, después de cuarenta años insistiendo académica y probadamente en solidarizar las relaciones humanas, tengo derecho a celebrar cuando recién ahora, ante esta luctuosa realidad de realidades globales, autores de la talla de Yuval Harari como Manuel Trajtenberg, coinciden mancomunada y solidariamente conmigo en cuanto que, también deberemos tomar una decisión solidaria también global: ¿iremos entonces por la senda de la desunión o tomaremos el camino de la solidaridad mundial para gestionar bienes comunes como la salud? puesto que, elegir la desunión no sólo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes con sus hospitales de campaña aún peores en el futuro. Elegir la solidaridad mundial no sólo será una victoria contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras crisis y epidemias que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI.