* Por Lucas Tasso
El período que media entre la década de 1980 y el presente ha sido un tiempo de transformación dramática: la caída de la Unión Soviética y el cambio en las relaciones entre Oriente y Occidente; la desaparición de fronteras para las personas, amenazas de nuevas fronteras, la tecnología, el dinero y la información y el resurgimiento de conflictos étnicos y religiosos. Además, una variedad de problemas globales, de los cuales el más obvio es el del medio ambiente, está creciendo en su gravedad. Bajo estas circunstancias, estamos buscando ansiosamente modos de cambiar el actual sistema socioeconómico a fin de pasar a una sociedad y una economía adecuadas para el siglo XXI. En esta búsqueda, el método cooperativo está atrayendo cada vez más atención.
El modelo cooperativo está basado en democracia -y a pesar de que en nuestro país han variado los sistemas de gobernabilidad, las cooperativas, desde la pionera El Hogar Obrero hasta hoy, nunca interrumpieron el proceso democrático como sistema de gobierno- sin embargo, creemos necesario que se la cultive y monitoree activamente con el fin de obtener participación y afianzar el sistema en su conjunto.
El sesgo hacia las actividades económicas ha tendido a diluir el carácter de las cooperativas como entidades sociales, reduciendo las diferencias entre las cooperativas y las corporaciones con fines de lucro. Esto ha dado por resultado una crisis de identidad en el movimiento cooperativo y una declinación en la participación y compromiso de los miembros.
En los más de 170 años que abarca la historia mundial de nuestro movimiento cooperativo, las entidades solidarias de todo el mundo han gozado de éxitos y sufrido fracasos. Esto está ligado directamente a la democracia y participación de sus asociados. Actualmente los miembros de muchas de las organizaciones existentes están buscando en sus almas la razón de ser de su grupo. La continuación de la existencia de una organización depende de su capacidad de renovarse. En tiempos actuales no podemos confiar en el recuerdo del éxito logrado en el buen tiempo pasado ni caer víctima del pesimismo inspirado por el fracaso. Más bien, debemos hacer un profundo examen de nuestros errores para poder crear una nueva era.
Si las cooperativas no fortalecen su carácter de entidades sociales desarrollando sus recursos humanos, serán marginadas de la economía global y podrían desaparecer una por una. La sociedad está comprendiendo que un nuevo método de organización es posible, y en tal sentido, florecen las nuevas empresas colaborativas. Pero no todo es lo que parece, en el medio, suele haber capitales con disfraz de empresas sociales como los casos de Uber, Airbnb, entre otras, que intermedian entre personas para sacar su ganancia. De este modo vemos como urgente la reestructuración de la participación.
Cuanto más conscientes estén los socios y los empleados de su organización como una cooperativa, como una empresa que tiene incorporado un sistema de valores claramente articulado, tanto más fácil será para ellos encontrar una causa común con otras formas de cooperativas y conducir sus esfuerzos hacia la construcción de la nueva sociedad emergente.
La lógica de las cooperativas es simple y directa. Los usuarios de los servicios deben ser propietarios y la organización debe atender a las necesidades de los usuarios. Esto implica que la organización necesita mantenerse en contacto directo con sus socios y aprender de ellos, pero ¿cómo sino a través de la participación democrática? Esto es difícil y a medida que cambia el contexto de la organización también deben cambiar las técnicas. Asimismo, cuando las organizaciones son exitosas y crecen, la forma como hacen participar a sus socios también debe cambiar.
Participación significa tomar parte, involucrar a las personas en las decisiones. No significa que deban tomar las decisiones, sino que contribuyan a adoptarlas.
Democracia significa que las personas se involucran en la toma de decisiones. Este es un término global y se usa de varios modos diferentes. Es una forma de gobierno, es un modo de legitimar a quienes toman las decisiones.
La efectiva vigencia de la participación constituyó siempre un permanente desafío para las cooperativas. Es aún más indispensable cuando parecería estar en cuestión el sentido de la relación entre la institución cooperativa y sus asociados usuarios.
Por citar ejemplos, durante el mes de marzo varias cooperativas eléctricas recibieron reclamos por parte de sus asociados por los aumentos sufridos en las tarifas. Aumentos que ni siquiera son determinados por la propia cooperativa sino por los entes reguladores de cada provincia. Es al menos es ridículo ver como el dueño reclama a su propia empresa, pero la cuestión es que éste seguramente aún no sabe que es dueño, y si lo sabe, seguramente por falta de participación o comunicación desconoce los métodos de cálculo de costos y precio de distribución del servicio.
¿Pero es un problema del asociado no saber que es dueño de la cooperativa? Seguramente no, pues, o bien no se le informó debidamente cuando realizó el proceso de vinculación, o nunca recibió información al respecto.
Según la Alianza Cooperativa Internacional, las cooperativas de todo el mundo asocian a mas de 1,2 billones de personas, la representación que tenemos como movimiento es fenomenal, sin embargo, el problema es que ellos no lo saben aún. Si esta masa de personas comprendiera los beneficios de estar asociados (no solo el beneficio económico, sino el de participar en la toma de decisiones) no existiría esta crisis de identidad, ni los reclamos hacia el método cooperativo de un problema que no le corresponde.
Insistimos que a pesar de haber temas importantes para debatir y resolver, es hora de que la dirigencia cooperativa marque en su agenda como urgente, debatir y resolver la falta de participación que deriva en esta crisis de identidad cooperativa.